La Asociación de Sordos de Gipuzkoa, con 240 miembros, lucha desde hace cincuenta años para evitar la exclusión de este colectivo. «Somos sordos, no sordomudos». Hay tantas expresiones que se utilizan sin pensar lo que significan que la conversación con Daniel, Ricardo, Joseba, Ion, Isabel y Pepi empieza con una corrección para evitar malentendidos.
«Es un término totalmente trasnochado. Muda es la persona que no puede hablar. Nosotros podemos hablar, en función de las habilidades de cada uno.
Lo que no hacemos es oír», se apresura a explicar Isabel en lengua de signos.
Cristina González, la intérprete de la Asociación de Sordos de Gipuzkoa, hace llegar el mensaje. El desconocimiento por parte del mundo oyente ha cargado la sordera de falsos mitos. Por ejemplo, el de que los sordos son gente silenciosa. «Todo lo contrario, hacemos más ruido que cualquiera. Al cerrar la puerta, poner la mesa, desembalar un paquete, arrastrar una silla…».
Tampoco hace falta gritar para hablar con ellos, ni vocalizar de forma exagerada, porque no facilita la lectura de los labios, informan. La comunicación gestual da bastante mejor resultado. Que un oyente se dirija a ellos sin reparo alguno les alegra el día. Porque su sordera, dicen, no es el problema. Lo que falla y les mantiene al margen es la incomunicación con la sociedad. El muro que separa esos dos mundos, el de los sordos y los oyentes, sigue siendo demasiado alto. Isabel Riezu, que perdió la audición por el efecto indeseado de una medicación que le dieron de niña, señala con la mano por encima de su cabeza. «Así de alto». Su voz sólo emite sonidos guturales. Pero no para de hablar (signar). «El sordo se vuelve terco, cerrado, pesado.
Acumula mucha incompresión. Por ejemplo, cuando queremos participar de una conversación y preguntamos qué se está diciendo, lo normal es que nos respondan ‘nada, nada’, o que nos resuman varios minutos en una sola frase, con lo que perdemos toda la información y acabamos sin saber lo que se ha dicho realmente. Por eso al final decidí juntarme con gente sorda.
En eso no se ha avanzado nada. Nos seguimos sintiendo marginados y aislados de los oyentes, pero no porque seamos más cerrados, sino porque nos obligan a serlo. La incomunicación es total».
Fuente: www.deminorias.com
«Es un término totalmente trasnochado. Muda es la persona que no puede hablar. Nosotros podemos hablar, en función de las habilidades de cada uno.
Lo que no hacemos es oír», se apresura a explicar Isabel en lengua de signos.
Cristina González, la intérprete de la Asociación de Sordos de Gipuzkoa, hace llegar el mensaje. El desconocimiento por parte del mundo oyente ha cargado la sordera de falsos mitos. Por ejemplo, el de que los sordos son gente silenciosa. «Todo lo contrario, hacemos más ruido que cualquiera. Al cerrar la puerta, poner la mesa, desembalar un paquete, arrastrar una silla…».
Tampoco hace falta gritar para hablar con ellos, ni vocalizar de forma exagerada, porque no facilita la lectura de los labios, informan. La comunicación gestual da bastante mejor resultado. Que un oyente se dirija a ellos sin reparo alguno les alegra el día. Porque su sordera, dicen, no es el problema. Lo que falla y les mantiene al margen es la incomunicación con la sociedad. El muro que separa esos dos mundos, el de los sordos y los oyentes, sigue siendo demasiado alto. Isabel Riezu, que perdió la audición por el efecto indeseado de una medicación que le dieron de niña, señala con la mano por encima de su cabeza. «Así de alto». Su voz sólo emite sonidos guturales. Pero no para de hablar (signar). «El sordo se vuelve terco, cerrado, pesado.
Acumula mucha incompresión. Por ejemplo, cuando queremos participar de una conversación y preguntamos qué se está diciendo, lo normal es que nos respondan ‘nada, nada’, o que nos resuman varios minutos en una sola frase, con lo que perdemos toda la información y acabamos sin saber lo que se ha dicho realmente. Por eso al final decidí juntarme con gente sorda.
En eso no se ha avanzado nada. Nos seguimos sintiendo marginados y aislados de los oyentes, pero no porque seamos más cerrados, sino porque nos obligan a serlo. La incomunicación es total».
Fuente: www.deminorias.com
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